lunes, 28 de noviembre de 2011

Santo y Mártir



 Corría el año de gracia de 1232, en la Toscana. Angélico Pérez del Bicarbonateso era un joven piadoso que decidió dedicar su vida a la meditación y la vida contemplativa, así que se metió a monje escapulario y ermitaño. Vivió en continua oración durante veinte años en una cueva.
Un día, entre rezos, bajó a aliviar sus necesidades corpóreas al riachuelo miserable al que solía acudir, con la mala fortuna que se le vino a aparecer la Santísima Virgen mientras estaba meando. Presa de la sorpresa se le fue la mano y se mojó el hábito cisterniano de rudo esparto napolitano. "¡¡¡Me cago en Dios y en su puta madre!!" exclamó sin darse cuenta el eremita.
La santa Virgen al oír el exabrupto desapareció de forma instantánea, dudosa de que con las prisas se hubiera confundido de santo varón.
Y allí quedó el pobre hombre, intentando ya en vano arreglar el desaguisado, "Que diga, jolines, hay que ver como me he puesto".
Viéndose en aquella guisa, tras veinte años perdidos y lo que era peor, con la sotana perdida, decidió dedicarse al pecado y al vicio, y tanto destacó en ello que llegó a inventar un licor y le puso su nombre.