jueves, 17 de julio de 2014

Anatomía de Susodicho. Capítulo 4.

El ataque de los zombies esquizofrénicos.


Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3

Esta mañana Susodicho ha recibido un wasáp del excelentísimo señor superdirector del Hospital del condado. Lo insta a que, por favor, vaya a echar una mano algunas tardes en los quirófanos de la planta superior. Por lo visto unos zombies aquejados de fervores y locuras varias están molestando de manera inusitada a todos los departamentos.
El departamento de bomberos y la policía metropolitana se llaman Andana.
El departamento de estado está de vacaciones.
La presidencia del gobierno está midiendo los tiempos.
Y los zombies se están poniendo de un pesadito que ya da grima. Por ejemplo, el otro día que estaban los enfermos echando el pitillo de la escalera, y llegó un zombie que se ve que no tenía nada que hacer, y se tuvieron que ir sin acabar el cigarrito ni nada.



Así que ha cogido sus cosas, se ha hecho un bocadillo de nocilla (¡¡está de un goloso!!) y se ha ido a operar, o a diagnosticar o a lo que sea menester.
Nada más llegar se ha encontrado con la enfermera pelirroja (que yo creo que es puta), pero como ayer no se afeitó se ve que no lo ha reconocido y no le ha dicho nada.
La tercera planta estaba invadida o bien por los gremlims o por unos señores muy feos y muy gritones.
Los problemas empezaron al llegar a la planta que hace la número cuatro. Allí se ha tropezado con un zombie en plena crisis de ansiedad. Repetía una y otra vez frases sin sentido y la alineación del Brasil-Alemania. Como nuestro héroe (a falta de otro mejor) es un hombre con recursos, lo ha podido arrinconar contra la maquina expendedora de aspirinas y lo ha operado de un orzuelo. Le ha recetado reposo absoluto y que no cante zarzuelas. O por lo menos, que él no las oiga.
En la planta quinta había una pareja de recién casados discutiendo. Ella es la famosa cirujana de Páncreas y Pancetas Doña María de la Pandereta (seguro que la han oído nombrar alguna vez), por lo visto le había prometido a su prometido (un insigne instalador de bombillas) que cuando estuvieran casados lo dejaría operar de vez en cuando, y con lo de los zombies no ha podido ser. Y él, que debe ser un señor muy arisco, no se lo ha tomado bien.



- Es que... para una vez que te pido algo, a ver...¿Porque no me has dejado que le amputara las orejas  a ese señor calvo mientras tu le trasplantabas los epiglocios?
- Porque no puede ser, José Luis Rodríguez, que están los zombies muy pesados y tú eres muy despistado. ¿Y si le hubieras perdido alguna oreja? Que con esas cosas no se juega.
- Lo que pasa es que tú no me quieres.
- Que sí, tonto. Anda, que te voy a dejar que le extirpes los glucamatos a un paciente que tengo dentro de un rato que se le ha inflamado un padrastro. ¡Verás que diver!

Al llegar a la planta sexta se encontró con las primeras señales de caos. Un grupo de auxiliares había levantado una barricada en el pasillo. Estaban parapetados tras varias mesas de escritorio y una camilla. Tenían aspecto cansado y huraño. Uno de ellos, la más mujer, estaba asustada.
Desde detrás de una habitación se oía la amenazadora voz de un vendedor de enciclopedias que los exhortaba a comprar un tratado sobre la vida en la reserva apache de Villa Frufrú de la Ponderosa.



- No se acerque más, cirujano, -le advirtió el más calvo de los auxiliares (éste era de clínica)- el vendedor está desatado. Con la amenaza zombie han aparecido seres de todas clases. Este es de los más pesados.
- Es que yo, como soy cirujano -les explicó Susodicho- y ya tengo una enciclopedia de cuando hice la comunión...
- Siendo así, pase -le dijo el más gafotas de los auxiliares (este era auxiliar de enfermería)- pero no se acerque demasiado a la puerta, he oído que algunos muerden.
Más allá de aquel pasillo encontró otra barricada. Esta la habían puesto los zombies y estaban escondidos tras ella fumando porros y contando chistes. Cuando uno de ellos lo vio acercarse, intentó ponerse de pie y hacer "Grreeee greeeee", pero le dio la risa a los que estaban al lado, y se tuvo que volver a sentar porque el pobre se pudo haber partido.
Tras aquella  muralla estaba el cuarto donde se reunían los cirujanos a merendar (el de reunirse a cenar estaba aún más arriba) y como era la hora de la merienda, lo oportuno era pasar por allí.
Un cirujano en prácticas (aun llevaba la L en la espalda) mojaba una magdalena en el té; varios otros jugaban a cartas, y aún había otro que fumaba un cigarro tras otro (pero siempre los mismos dos pitillos) y no dejaba de murmurar "Vamos a morir todos, vamos a morir todos"



- Yo te conozco -le dijo uno de los jugadores- tú eres maricón de la parte de atrás del glúteo.
- No -le contestó Susodicho poniéndose colorado, colorado- yo soy cirujano.
- Pues me la agarras con la mano -le dijo  el sujeto.
Y todos se pusieron a reír con gran desafuero y sin medida. Y les dijo Susodicho:
- ¿Ah, sí? pues ahora me voy y ya no os ayudo.
Se vino para casa y se comió el bocadillo en el saloncito.
Continuará...

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