sábado, 21 de marzo de 2015

Susodicho Jones contra las barbacoas salvajes de la Selva inexplorada

AVISO MUY IMPORTANTE:
LO QUE SIGUE ESTÁ BASADO EN HECHOS REALES. HAY UN ALTÍSIMO CONTENIDO EN VIOLENCIA Y SEXO (A UN SEÑOR LO MATAN SIETE VECES Y A UNA SEÑORA SE LE SALE UNA TETA. AFORTUNADAMENTE ESTABA DE ESPALDAS Y DETRÁS DE UNOS ARBUSTOS, MATANDO AL SEÑOR)


El martes por la tarde, como hacía bueno, Susodicho se fumó las clases y se fue de picnic al campo. Se preparó los apuntes para repasar y un bocadillo de chistorra para esa hora bruja en que nos entra hambre y los sabios hombres (y algunas mujeres) de la antigüedad, con ese salero antiguo llamaron "la hora de la merienda". Preparados se quedaron apuntes y chistorra encima del piano y hete aquí que cuando menos se lo esperaba (él lo esperaba un rato después) vióse perdido, hambriento y sin acordarse del tema 9 en mitad del campo agreste que hay al final de la Calle del Pompillo, esquina a la Avenida de Montecarlo.
Ululaban los lobos en la lontananza y rugían los tigres en la más lontana lontananza (ver mapa).
Como nuestro héroe (a falta de otro mejor) es un hombre de recursos (o al menos lo parece) decidió sobrevivir hasta la hora de la cena y averiguar el terrible secreto que yacía oculto al final del campo proceloso. Así que se puso en marcha rumbo al horizonte de la derecha y pronto llegó al límite de la selva inexplorada (ver mapa). Lo descubrió enseguida, ¡menudo es él!, en cuanto vio el cartel de límite de circuito taxi se dijo "este va a ser el límite del circuito taxi del campo proceloso". Dándose por satisfecho se dispuso a dar la vuelta y rescatar el bocata de chistorra del dominio del piano de cola y media que había entre sus suntuosos salones, cuando fue capturado por la tribu de las mujeres guerreras conocidas por las barbacoas.



A diferencia de las amazonas, que son conocidas en todo el mundo, se sabe muy poco de las barbacoas. Yo tengo una vecina que es amazona y no puede salir a la calle sin que la paren continuamente para pedirle autógrafos y hacerse selfies con ella. Y tengo otra que es barbacoa (es que mi calle es muy guay) y no la conocen ni sus hermanos, que a menudo le suelen pedir el DNI para cerciorarse de que son familia.
La tribu de las barbacoas, a raíz de los últimos descubrimientos, es originaria de la selva inexplorada. Sus primeras integrantes fueron Doña Hermenigilda del Príapo Excelso, y Doña Inés Tres Treintaytres, que allá por la baja edad media se fueron de acampada con el colegio y se alejaron de los límites del campamento para fumar a escondidas y hablar de lo macizo que se estaba poniendo Don Roque de la Roca (que andando el tiempo llegaría a ser Caballo de Copas, pero eso es otra historia) con la excusa de hacer sus necesidades corpóreas rodeadas de rododendros y amapolas. No supieron después regresar (o como algunos estudiosos apuntan, es probable que no llevaran clinex encima y se fueran a por unos a algún semáforo , no sabiendo después hallar el camino de retorno) y ya se quedaron a vivir en la selva. Acogieron a todas las féminas meonas que no sabían volver a sus campamentos o barbacoas dominicales (de ahí parece ser que proviene el nombre de la tribu) y se llegaron a convertir en el grupo de mujeres guerreras que son a día de hoy.



- ¿Quien ser tú? -preguntó la más cotilla.
- ¿Cómo dice? -quiso saber Susodicho.
- Que tú quien ser
- Es que no... a ver... que no la entiendo
Se acercó a él con cara de enfado una barbacoa guapísima, con unos ojos tan grandes que parecía que se le iban a saltar del sujetador y le dijo:
- Que tú quien ere mi arma.
- No, si no espik englis, mi no comprender, lle nou parlochen franchusen, emmmhhh
- Este chico es bobo -dijo una voz en la espesura.
- Pues ala, soltadlo y ya buscaremos a otro.
- Jooooo, seño...
- Soltadlo y no se hable más. Ya es la hora nona y es tiempo de yantar. Vayamos a nuestro humilde poblado a comer los sencillos entrecots con patatas y pimientos que la mujer sabia de la tribu nos debe haber preparado para la cena -dijo la que debía ser la jefa.
-Joooo -dijeron las guerreras
-Joooo -dijo Susodicho- que creo que ya las empiezo a entender.
Pero las agrestes mujeres no le hicieron caso y se marcharon.
Y nuestro héroe cogió un taxi allí cerca y volvió a su mansión y se pudo comer la chistorra, que ya estaba seca. Y cuando se iba a poner con los apuntes se quedó dormido. El angelito.



¡Ah, es verdad! Que se me olvidaba. Y en la tele pusieron una película que salía un señor que lo mataban siete veces y a una señora se le salía una teta, pero no se le veía ni nada.

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