domingo, 11 de enero de 2015

El caso de mucho miedo

Era una noche triste y lluviosa (eso en la parte de fuera). El camarero pasaba con aire triste y lluvioso un trapo por el mostrador y pensaba en sus cosas con aire melancólico y nublado.
Apagué la colilla en el cenicero y apuré mi vaso. Miré a mi amigo. Tenía el aire ausente de los domingos por la tarde. Debía ir adelantado, porque era jueves.
- ¿Qué te pasa? - le pregunté
No me contestó. Como no está acostumbrado a fumar, cuando se echa un cigarrillo a la boca termina por tragárselo y se suele quemar. Creo que no es agradable.
Cuando por fin pudo hablar me contó el caso del que se suele acordar en los días así. Es de mucho miedo, y es este:



Aquel hombre era grande y llevaba una gabardina de color gabardina con hombreras sobre los hombros. Se encaró con el detective y le dijo:
- Tiene usted que ayudarme. Buenos días.
Susodicho, que como todos ustedes saben es un hombre de acción (de acción retardada, pero de acción al fin y al cabo) lo miró con los ojos que lleva en la cara desde el día en que nació (costumbre de su familia, que son muy tradicionales) y le dijo.
- Buenos días.
- Tiene usted que ayudarme, señor detective.
El detective lo miró otra vez (es un artista mirando) con sus ojitos de lince y lo invitó a continuar. El hombre continuó.
- Me llamo Señor Pérez y soy un hombre de negocios. Me lavo y me peino todos los días. Tengo una mujer y una tele en color en mi casa y quiero que me ayude...que me ayude...ehmmmm.... he... -el sujeto hacía grandes esfuerzos por no derrumbarse y acabar la frase, pero no podía, no podía-...con un caso....jo que caso....no puedo, no puedo...
- Tranquilícese, Señor.
- Vale, entonces si. Pues ya me tranquilizo. Pues nada, que nos ha salido un espíritu burlón en la cocina y cada vez que entro a freirme un huevo me da collejas y me tira de las trenzas y a mi señora le levanta las faldas, y como ella lo que usa son pantalones, le causa gran congoja. He mirado en el Mercadona si había algún repelente para espíritus burlones, pero no hay. Para cucarachas y ratones si.



- No se preocupe. Yo me haré cargo.
Era ya por la noche cuando llegó a casa de Señor Pérez. Era una casa con paredes a los lados y techo en la parte de arriba.
- ¿Donde está la cocina? -preguntó.
- Allí, está indicado en las flechas del pasillo. Es que como llevamos pocos años viviendo aquí hemos puesto indicadores para orientarnos.
- Muy bien, -dijo el enérgico detective, y se fue a la cocina.
- ¿Es esta la cocina? -preguntó al llegar a cierto habitáculo con un frigorífico con congelador, una vitrocerámica, horno y un fregadero.
- Sí. No se le escapa a usted nada.



- Y dice usted que ese ente sale cuando se fríe usted un huevo -dijo mientras se desabrochaba el pantalón.
- Perdóneme, señor detective. Que seguramente de estas cosas sabe usted más que yo, pero el huevo que yo frío es de gallina, de esos blancos con cascara por fuera.
- ¡Ah! Menos mal, porque estaba pensando que igual iba a estar incómodo ahí encaramado.
Y dicho esto se puso a freír el huevo. Lo hizo con puntillitas y le salió muy mono.
El espíritu burlón no se presentó aquella noche.
Volvió a la noche siguiente. Frió otro huevo y ya se quedó a cenar. Tampoco apareció el aparecido.
(Por cierto si un aparecido no aparece... vale, dejémoslo). Y volvió a freír huevos a las noches siguientes. No se vio al espíritu. Al final se acabó el cartón y Susodicho dio el caso por zanjado.



-¿Y la parte de miedo? -le pregunté a mi amigo aquella noche triste y lluviosa en la barra del bar.
- Pues que me subió mucho el colesterol -me dijo el gilipollas.

sábado, 3 de enero de 2015

Tatiano XXIX, el insurrecto (Ora pro nobis)

Nació entre ricos oropeles y lujosos mantos en el palacio imperial de Santa Apapucia, villa y corte. Hijo de Tarencio III, el pomposo, rey a la sazón de la Ponderosia y conde de Illinois. Su madre fue Doña Ñeoncia, la desfasada, sota del sacro imperio. A su madre la llamaban de tal guisa porque movía la boca al rato de que se la hubiera oído hablar. Era una señora muy rara.
Su padre recibió el titulo de pomposo como regalo de reyes al cumplir los cuatro años y lo conservó el resto de sus días. Aunque según cuenta la leyenda, hubiera preferido unas alpargatas.
Tatiano XXIX, al nacer no era el insurrecto, sino un bebé gritón que se ponía colorado, colorado y daba grima.

 
Su madre, al dar a luz se fue a jugar al paddel y luego se comió un bocadillo de chistorras y una coca cola. Su padre, que era muy belicoso, estaba en la guerra de los 30 años, que por esas fechas celebraba su onomástica y tampoco estuvo presente (de subjuntivo) en el parto.
La infancia de Tatiano XXIX transcurrió como la de la mayor parte de los príncipes de su edad, pilotando los helicópteros de la época y cazando ranas. Tiene mucho mérito este último punto, porque Tatianito XXIX  las cazaba en el pasillo del palacio imperial, donde no las había.
Al llegar a la tierna edad de treinta años, su padre, que a la sazón estaba ya muy mayor lo llamó a su presencia y tras reñirle por llevar los zapatos llenos de barro le dijo:
- Has de saber, hijo dilecto, que todo esto, cuando yo muera, será tuyo.
Y se murió.
Esa tarde, Tatiano XXIX tenía un partido de fútbol sala contra el Sanitarios Fuengirola Fútbol Club, y lo de convertirse en rey le venía muy mal, así que promovió  un movimiento para acabar con la monarquía. Atajó la asonada su tío el vizconde de Azotanalgas de una certera colleja.
No se suspendió el partido y Tatiano XXIX heredó el reino. Su equipo perdió y bajó de categoría. Esa noche, Tatiano XXIX juró acabar con la monarquía y ajusticiar al rey, que en su inocencia párvula no recayó en que era él mismo.
Al día siguiente, por la mañana, atendió al consejo del reino y dictó leyes y comió macarrones con tomate y todas esas cosas que hacen los reyes.
Por la tarde se reunió con un grupo de rebeldes para planear la revolución, inventar consignas como "El rey se cabrea, ea ea ea", o esta otra que no tuvo mucho éxito "El conde de Azotanalga es tonto, ea ea ea" porque no se les daba del todo bien lo de la rima. Como es normal, por las tardes pasaban mucha hambre, como buenos revolucionarios.


La policía secreta en seguida dio con sus escondrijos. Principalmente porque al salir del palacio para reunirse con los revolucionarios, Tatiano XXIX solía advertir al ministro de guardia a donde se dirigía, por si tenían que enviarle algún recado o algún bocadillo de lo que fuera.
A tal punto llegó el cerco policial, que a la semana de empezar la revolución solo quedaron en libertad Tatiano XXIX y su primo, Amando Gerundio, vizcondesito de Lavacaquerríe.
Amando a los pocos años se convertiría en director de circo y aclamado experto en tomar teses, siendo considerado el mayor tomador de teses del siglo que nos ocupa. Fue tal su fama que llegó  a tomar té para la nobleza austriaca, que entusiasmada le solicitó varios bises, llegando a tomar diecisiete litros de té en la misma jornada. Luego se le resintió un poco la vejiga.
Dejándose llevar por la desesperanza y el hambre (esa tarde habían puesto chocolate y buñuelos en palacio, pero como no estaban, se los perdieron), decidieron dar un golpe de estado para el día 5 de enero, que por ser las fiestas no había partido de fútbol sala.
Amaneció nublado. Se oyeron tambores en la lontananza. Un señor con voz de pito anunciaba su mercancía en los extrarradios de la gran urbe.



A las tres de la tarde comenzó la revolución. A las tres y cinco caía fulminado de una pedrada que él mismo se había tirado, Tatiano XXIX. Se suspendió la revuelta y se trasladó al rey al hospital.
Se le pudo salvar la vida, pero se quedó tontito.
Tuvo dos hijas, a una le puso su nombre y a la otra le regaló un sonajero, pero cuando tuvo edad lo empeñó y se compró un chalet en allende los mares del sur.
Tatiano XXIX pasó a la historia como el insurrecto. Pero podía haber sido el tontito y tampoco hubiera pasado nada.