lunes, 20 de octubre de 2014

Sor Leoncio de Praga I. El circunflejo

Nació un 18 de Octubre de un año remoto con una edad muy minimizada. Fueron sus padres unos señores de muy alta alcurnia que pedían grandes limosnas en los grandes almacenes de la época.
A la tierna edad de sus pocos abriles, el joven Leoncicito ya levantaba un palmo del suelo y recibía entre lores de multitud los parabienes del pueblo llano y hasta del agudo.



Matriculóse un jueves en la academia de sacristanes de Villa Tempujo iniciándose así su meteórica carrera en las sacras artes. Aprobó con sumun cum laude la beatería y la oracionatoria de primero, sacando tan buenas notas en confesión y canto gregoriano, que el arcipreste del rectorado lo hizo delegado de clase y le dejaron borrar la pizarra todos los jueves.
Estimulado por tan alto honor, decidió hacerse párroco, y como le convalidaban algunas asignaturas, se sacó el doctorado en un plis plas.
Lo destinaron a Villa Kentucky Fried Chicken, que era un pueblucho inhóspito y destartalado que unos indios facinerosos y malvados atacaban todos los martes de cuatro a siete.
Armóse de valor el joven párroco y esperó a los indios malvados en su campanario. Y cuando los vió llegar los fue excomulgando de a uno en uno, y no consintió en volver a bautizarlos si no desistían de sus intenciones y celebraban sus bautizos en algún salón de celebraciones apropiado. Como tales salones no existían tuvo la genial idea de inaugurarlos él mismo y hete aquí que volvióse rico.



Oido que fue en las altas esferas su éxito, se le propuso para el cargo de vice diacono en las Antillas de la Pacha mama. Cargo que desempeñó con total dedicación durante cuarenta años. Hasta que fue informado de que se había equivocado de dirección y que aun lo estaban esperando. En ese tiempo se produjo el levantamiento de los zombies del Peloponeso y fue llamado como edecán castrense para dar calor y comfort a los aguerridos mozalbetes que acudieron desde el orbe todo a sofocar la revuelta. Como en aquel tiempo no había buenos efectos especiales la revuelta de los muertitos aquellos fue bastante aburrida y pronto se dió por concluida (Por ese motivo no aparece en los libros de historia). Sin embargomente, su dedicación a la noble causa de la fe verdadera fue tan encomiable que le concedieron la medalla a la virtuosidad y una mención honorífica en el telediario de ese fin de semana. Además, como premio por su dedicación, fue ascendido a edecán castrense de primera A. y le regalaron un cinturón nuevo que hacía juego con los bigotes de reglamento del uniforme.
Estos nimios hechos constaron en su expediente y a los pocos días de su vuelta fue llamado a ocupar el cargo de obispo de Wilconsin. En aquellos tiempos Wilconsin era además de una ciudad, una marca de lavadoras y una unidad de medida de peso (venia a equivaler al cuarto y mitad, las mujeres del pueblo llano, en los colmados de entonces decían "Póngame usted, Don Severino -en el caso de que el colmenero se llamara de tal guisa, claro- cuarto de macarrones con tomate y un wilconsin de huevos fritos -que en tal época de vendían por barriles y eran objeto de gran estima). El joven Leoncio fue nombrado obispo de la ciudad.
Llegado que fue al consistorio episcopal y ocupado su lugar en la sociedad de la villa, comenzó a trabajar con tan grande denuedo y dedicación que quedaron todos los platos lavados y los salones fregados (en esa época no había ningún palacio episcopal que se preciara que tuviera menos de setenta salones de grandes dimensiones, para dar suntuosas fiestas y dar de comer al peregrino. El peregrino se llamaba Alfonso y comía mucho) y llamó a capítulo al edecán y mandólo a predicar la buena nueva.



De sus años como obispo en Wilconsin, narrase la anécdota de que estando un día pescando en el río que pasaba por el comedor de su palacio, unos niños que jugaban en un prado cercano discutían sobre la manera correcta de darle cocotazos al tontito de la clase. Enerbóse al oír tales argumentos el preclaro hombre de dios y díjoles a los tiernos infantes. "Mirad jóvenes tiernos, que no es correcto darle cocotazos a los tontitos de clase, que yo mismo, en mi infancia tierna, fui objeto de burlas y algunos golpes por parte de mis condiscípulos, y no es materia gustosa para la formación del espíritu".
Contestóle el mas díscolo de los niños: "Entones, eminencia, ¿a usted le pegaban de niño?"
Díjoles el buen obispo: "Asi es, niños bondadosos"
Tras meditar un instante, apostilló el otro niños "Pues si era tontito de niño, lo seguirá siendo de mayor" y le dio un capón. Y luego de ello, se animó también su amiguito y entrambos pusieron fino al príncipe de la iglesia.
Fueron tantos su éxitos como obispo en ese tiempo, que la congregación lo animó a que se presentara a las oposiciones para cardenal que se iban a celebrar proximamente. Y así lo hizo.



En aquel tiempo las oposiciones era mucho más duras que ahora, que son unas mariconadas de oposiciones. Había que hacer muchos exámenes y las pruebas físicas eran durisimas. De los mil trescientos obispos que se presentaron a las pruebas, sobrevivieron  mil trescientos uno y aprobaron todos. De ellos, solo Leoncio sacó mas de un cinco y medio, y por tanto le dieron a él la plaza.
El trabajo de cardenal era muy agradecido. Tenía que fichar a las nueve de la mañana, tenía media hora para el bocadillo, una para la comida y a las cuatro de la tarde ya estaba en su casa. Le daban los fines de semana libres y le regalaban entradas para el cine. Un chollo, vamos.
Durante su tiempo como cardenal en la cardenalía de Oporto, se celebró el concilio de Grazalema III, donde se discutió la marca de la lavadora de la virgen. Se impuso el criterio del docto cardenal Sor Leoncio, que con el argumento irrefutable de: "...pero muchacho, a mi me lo vas a decir tu, ¡¡que he sido obispo de Wiconsin!!..." estableció que la marca de la santa lavadora había sido esa y no otra.
Consta en los libros de la comarca que fue tan grande su labor en tan encomiable tarea, que los cofrades de la cardenalía le regalaron una manta.



Fue ascendido a Papa (sin acento) por una orden ministerial y salió al balcón de San Pedro y saludó a las gentes y dijo cosas muy importantes. Durante su mandato se cambió el uniforme de la santa inquisición y el vaticano fútbol club subió a segunda, pero bajó enseguida.
Recibió en consulta privada  a sor Rubicunda del Santo Parnaso, madre superiora del convento de las clavelinas del corazón sangrante y la oyó en santa confesión. La excomulgó y le prohibió de forma taxativa que volviera a jugar al mus en los límites de su feligresía.
Excomulgó a un señor que iba a hacer la críticas de las misas para la radio local (razón por la cual hay gente que lo critica todo, menos la forma en que los párrocos dan las homilías)



Se murió un día que se ve que no tenía nada mejor que hacer y dejó escrito en su testamento que por favor no lo pusieran en los libros de historia ni nada, que era muy sencillo y no le gustaba llamar la atención ni nada.