jueves, 28 de abril de 2016

El caso de la pitonisa poetisa.

Se llamaba Antoñita Culoprieto Fernández Quincuagésima. Era una mujer rubia...


- ¿¡También era rubia¡? ¿Es que solo te contratan las rubias? ¿Tú no ves nada raro en eso? -Le pregunté a mi amigo el día que empezó a contarme el caso de la pitonisa poetisa- Cada vez que me dices que entró en tu despacho una mujer, es rubia. Tu secretaria es rubia platino, la mujer de la limpieza es rubia platino, todas tus clientas son rubias platino...
Esta era de bote. Además tenia el pelo de paja. Y se le veían las puntas negras, y las cejas...
- Vale, vamos a dejarlo ahí, que te estoy viendo venir.
Entró en mi despacho tambaleándose, como si viniera de bailar alguna salsa de esas modernas.
- Señor detective -me dijo- Buenas tardes nos de Dios.
Yo la miré con esa perspicacia que me carateriza y le dije:
- Comprendo
Parece que se animó y ya me dijo de corrido:
- Me llamo Antoñita Culoprieto Fernández Quincuagésima, soy una mujer rubia natural de bote, soy poetisa y pitonisa. Un día una cosa y otro otra. Todo no se puede ser al mismo tiempo en la vida. Porque si estoy pitoniseando y, un suponer, le hablo en verso, ¿a que usted lo encuentra raro?
Aquella era una pregunta cargada de intención. Ya sabes que yo soy un detective con muchos años de experiencia a mis espaldas, y decidí darle una vuelta de tuerca. Le dije:
- Comprendo
- Pues el caso, señor detective es que necesito que usted investigue una cosa de mucho misterio. Se trata de que yo le había hecho una promesa a un santo de que le iba a poner una vela. Era un cirio muy bonito. Con cera por fuera y una mecha por dentro. Muy vistoso. El caso es que le estaba comprando un molde para hacer bizcochos a mi madre mía de mí, para que me haga una tarta de chocolate cuando héteme aquí que el cirio se había desaparecido.
- Comprendo
-Estaba yo preguntando por la talla del molde, cuando ¡¡Paff!! el cirio se desaparece. Fue una cosa...
- Comprendo
- Y es por esto. A ver si hace usted el favor de investigar y me lo encuentra.
Y diciendo esto último se marchó.



Yo quedé compungido. Ya te lo puedes imaginar. Toda la vida queriendo ser santo para que me llevaran cirios y velas y esta pobre mujer había perdido su oportunidad de ser grata a los ojos de algún bendito de dios.
Tomé mi lupa y me puse manos a la obra. Me personé en la casa de la pitonisa Antoñita. Estaba atendiendo a un cliente. Le leía la mano. Era muy buena.
- Usted -le decía al sujeto- en esta mano tiene cinco dedos.
-¡¡Es verdad, es verdad!! -decía el señor alborozado.
- Calle, que me están hablando los astros, me dicen que usted, que usted...hoy al salir de casa se ha puesto una rebequita verde por si refrescaba.
- Es cierto, es cierto -decía el señor- mire, es esta que llevo puesta.
- Pues ahora le voy a recitar un poema muy bonito que me aprendí en mi tierna infancia. Dice así:
Oh, que bonito es el mar
por la mañana temprano
cuando al ir a trabajar
me sudan las manos
¿Le ha gustado? Pues no se lo cuente a nadie... -entonces se dio cuenta de que yo estaba allí-
Oh, señor detective, no había reparado en su presencia. Mire, ahí al lado de esa mesita estaba el cirio de mis quebrantos. En una caja que pone "Cirios y velas para poner a ese bendito hombre".



Me acerqué a mirar la caja a la cual se refería la pitonisa. En efecto, allí estaba la caja y la caja estaba vacía. ¿Vacia? Ya te he dicho que llevaba mi lupa. Al mirar con más detenimiento observé atónito que había una pelusa. No era una pelusa normal. Era una de esas pelusas que salen debajo de los sofás en el mes de abril del corriente. Preso de una fuerte intuición, me agaché a mirar debajo del sofá y...sí. Allí estaba el cirio.
Lo tomé con manos temblorosas y me acerqué a donde estaba la pitonisa recitando un octeto al señor.
Ella lo miró con creciente interés y cayó de rodillas ante mí.
- Señor detective, ¿Cómo es posible?
- Elemental -le dije- hay que limpiar un poco más, rica.
Y eso es todo ¿Te ha dado miedo?

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